Ya estamos en plena primavera, la temporada más temida por las personas alérgicas. Sin embargo, cabe señalar que existen varios tipos de alergias. Algunas son estacionales, mientras que otras se producen durante todo el año.
Las causas más comunes son el polen, los ácaros del polvo, la caspa y el pelo de las mascotas, las cucarachas, las esporas de moho, las picaduras de insectos, los medicamentos (penicilina, aspirina…), el látex, los productos de limpieza y los metales (especialmente el níquel, el cobalto, el cromo y el zinc).
Alimentos como el huevo, la leche, el trigo, la soja y determinados pescados y mariscos se hallan también entre los principales alérgenos.
Cuando el sistema inmune detecta un alérgeno, se liberan sustancias como la histamina. Un exceso puede irritar la piel, la garganta, la nariz y los pulmones, lo que puede conducir a complicaciones como asma, eccema, infecciones de oído y pulmones, sinusitis, polipos nasales y migrañas.
Cuando se tienen alergias graves, la situación es distinta. Pueden surgir complicaciones potencialmente mortales (caída en la tensión arterial, sibilancias severas, pulso rápido y débil…) debido a una reacción llamada anafilaxia, principalmente asociada con la comida, la penicilina y el veneno de los insectos.
Con el fin de prevenir las reacciones alérgicas, o al menos limitarlas, los expertos recomiendan una serie de medidas que incluyen evitar los factores desencadenantes (puedes escribir un diario para averiguar cuáles son), utilizar una pulsera identificativa (para hacer saber a los demás que se tiene alergia en caso de no poder comunicarse durante una reacción grave) y tener epinefrina siempre al alcance de la mano (solo las personas con alergias graves).