Los servicios de marketing de las grandes marcas de la industria lechera tuvieron la astucia de hacernos creer que la leche y sus derivados (yogur, queso, etc.) nos eran indispensables.
Para ello, pusieron y siguen poniendo el acento en nuestros puntos débiles, y con anuncios, la mayoría de las veces, centrados en los niños. ¿Cómo no culpabilizarse privando a los niños de estos productos lácteos, si en verdad son una auténtica fuente de calcio, necesaria para la fabricación de los huesos?
Sin embargo, ningún estudio independiente ha sido capaz de aporta una prueba real en cuanto a su eficacia sobre la salud ósea. Todos los estudios que destacan sus virtudes están financiados por la misma industria lechera.
Por el contrario, hay un hecho indiscutible: los países donde más leche se consume es donde mayor número de fracturas y de osteoporosis se da. Parece paradójico, ¿verdad? Pues no lo es tanto, porque no debemos olvidar que la leche es un producto ácido, y el cuerpo debe tirar de sus bases (que sirven para controlar la acidez) para limitar sus efectos.
Sin embargo, estas bases (citrato y bicarbonato) se sitúan concretamente en los huesos, donde están asociadas al calcio. En vez de nutrir los huesos, los productos lácteos consumidos en exceso contribuyen a desmineralizarlos.
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