La manera en que comemos condiciona nuestra salud y la del entorno, y un nuevo análisis lo subraya con fuerza: la Comisión EAT-Lancet ha actualizado su propuesta de Dieta de Salud Planetaria (DSP) y estima que su adopción global evitaría alrededor de 15 millones de muertes prematuras al año, lo que equivale a aproximadamente el 27% de estos fallecimientos.
El equipo, integrado por 50 especialistas y vinculado a la revista The Lancet, detecta déficits comunes en todas las regiones —frutas, verduras, legumbres, frutos secos y cereales integrales— y excesos de carne, lácteos, azúcares y ultraprocesados; a la vez, recuerda que solo un 1% de la población vive hoy en un espacio seguro y justo para su salud y para el planeta, pese a que el patrón propuesto encaja bien con tradiciones como la dieta mediterránea.
Qué cambia con la nueva revisión científica

Seis años después del primer informe (2019), la comisión actualiza las directrices con una base de evidencia aún más amplia y mantiene el foco en alimentos integrales o mínimamente procesados, mayoritariamente de origen vegetal, grasas insaturadas, pocos azúcares añadidos y sal comedida; la ingesta energética orientativa ronda las 2.373 kcal diarias.
El patrón es flexitariano y admite variaciones culturalmente diversas; como resumen práctico, sugiere la regla «uno más uno»: una ración diaria de lácteos y otra de proteína animal, limitando la carne roja a una sola vez por semana. Existen alternativas vegetariana, vegana y pescetariana, todas diseñadas dentro de los mismos márgenes de salud y sostenibilidad.
Según la revisión, este enfoque puede recortar de forma notable la incidencia de enfermedades crónicas asociadas a la dieta, como las cardiovasculares, la diabetes tipo 2, varios tipos de cáncer y afecciones neurodegenerativas.
Como señala el copresidente Walter C. Willett, la idea no pasa por privaciones, sino por un patrón sabroso y flexible, capaz de integrarse en distintas culturas culinarias y de mejorar la calidad de vida sin perder el vínculo con las tradiciones.
Qué comer: patrón flexitariano y cantidades orientativas

La DSP establece unas pautas aproximadas y adaptables —dependiendo de edad, contexto y cultura— que priorizan lo vegetal y las grasas insaturadas, reduciendo a la mínima expresión los ultraprocesados y los azúcares añadidos.
- Verduras, frutas, legumbres, frutos secos y cereales integrales como base diaria; cantidades orientativas cercanas a 300 g de verduras, alrededor de 200 g de cereales integrales, con 75 g de legumbres y unos 50 g de frutos secos.
- Lácteos en raciones moderadas (por ejemplo, un vaso de leche, un yogur o una porción de queso al día), con aceites saludables y evitando aceites parcialmente hidrogenados.
- Proteínas animales en pequeñas porciones: pescado y aves en cantidades reducidas, carne roja solo de forma ocasional (una vez por semana) y huevos con moderación.
- Azúcares, sal y productos ultraprocesados, lo más limitados posible, favoreciendo métodos de cocción sencillos y preparaciones caseras.
Estas guías no son un menú cerrado; permiten ajustes locales y preferencias personales, desde opciones tradicionales a versiones vegetariana, vegana o pescetariana, respetando ingredientes y costumbres de cada región.
Clima, límites planetarios y uso de recursos

Los sistemas alimentarios concentran aproximadamente el 30% de las emisiones de gases de efecto invernadero y, sin cambios profundos, podrían por sí solos empujar el calentamiento global más allá de 1,5 ºC, incluso con la descarbonización de la energía en marcha.
El informe relaciona la alimentación con la transgresión de cinco de los nueve límites planetarios: cambio climático, pérdida de biodiversidad, cambio en el uso del suelo, alteración de los ciclos de nitrógeno y fósforo y uso de agua dulce.
Adoptar la DSP, combinada con políticas climáticas ambiciosas, permitiría reducciones sustanciales de emisiones y del uso de la tierra, además de aliviar la presión sobre ecosistemas clave y la biodiversidad.
Como resume Johan Rockström, copresidente de la comisión y director del Instituto Potsdam, lo que se sirve en el plato influye en la estabilidad del planeta y exige una transformación de los sistemas alimentarios a escala mundial.
Equidad, políticas públicas y economía del cambio
El impacto y la responsabilidad están desigualmente repartidos: el 30% más acomodado genera más del 70% de las presiones ambientales ligadas a la comida, mientras unos 3.700 millones de personas carecen de acceso a una dieta saludable y solamente un 1% vive hoy en un espacio alimentario seguro y justo.
Para reconducir la situación, la comisión propone reducir el desperdicio alimentario y avanzar hacia prácticas agrarias más sostenibles, optimizando el uso de agua y nutrientes; además, aboga por reformas fiscales que retiren subsidios perjudiciales y por un etiquetado riguroso, especialmente en productos dirigidos a menores.
La dimensión social es clave: en muchas regiones, una parte considerable de quienes trabajan en el sistema alimentario percibe salarios por debajo del mínimo y afronta condiciones precarias; se reclama una gobernanza inclusiva que priorice el bien público y evite presiones indebidas.
La transformación requiere inversión: se calcula que serían necesarios entre 200.000 y 500.000 millones de dólares para impulsar los cambios, con un posible retorno anual estimado de hasta 5 billones de dólares en salud, resiliencia climática y restauración de ecosistemas.
Los autores anticipan resistencias similares a las de 2019 y recuerdan críticas coordinadas desde sectores como el cárnico y el lácteo; aun así, subrayan que sus conclusiones descansan en docenas de estudios y revisiones rigurosas independientes.
La adopción amplia de esta dieta, acompañada de políticas valientes y de un reparto más justo de beneficios y cargas, mejoraría la salud de millones de personas y aliviaría la presión sobre los límites del planeta, demostrando que comer mejor también es una herramienta poderosa de acción climática.
