La frase «el gluten lastima el intestino del 100% de las personas» ha prendido la mecha de una discusión encendida en redes y medios. La afirmación, rotunda y sin matices, ha vuelto a poner sobre la mesa el papel del trigo y sus derivados en la salud digestiva y el bienestar general.
Quien ha colocado el tema en el centro de la conversación pública es la nutricionista argentina Malena Ramos Mejía, que vincula la salud intestinal con el equilibrio del sistema inmune y defiende una alimentación sin gluten, lácteos ni azúcar refinada. Con un tono divulgativo y sin estridencias, su mensaje se ha viralizado por lo que tiene de experiencia personal y cambio de hábitos.
Qué dijo y por qué genera tanta controversia
Ramos Mejía describe el gluten como una proteína difícil de digerir, que irrita la barrera intestinal en cualquier persona y puede favorecer el llamado «intestino permeable». Sostiene que ese impacto no siempre se nota, pero que el organismo acabaría «pagando» el coste de su consumo con el paso del tiempo.
Matiza, aun así, que hay individuos con una mucosa intestinal más robusta capaces de reparar mejor el daño, lo que explica por qué no todo el mundo percibe síntomas. Aun así, considera que no es «lo ideal para nadie» y recomienda reducir cantidades y priorizar calidades si se decide consumirlo.
Entre sus argumentos figura la idea de que el trigo actual contiene mucho más gluten que el de décadas atrás por las modificaciones y prácticas de cultivo modernas. También apunta a que el pan de masa madre, por su fermentación lenta, resultaría menos agresivo para el aparato digestivo que las piezas industriales rápidas.
Además, vincula el estado del intestino con la inmunidad: recuerda que entre el 70% y el 80% de las células inmunitarias se concentran en el tracto digestivo. De ahí su énfasis en evitar ultraprocesados y en cuidar la fermentación y el origen de los alimentos para prevenir una inflamación sostenida que pase desapercibida.
La historia personal que impulsa su mensaje

La trayectoria de Ramos Mejía está marcada por un episodio que, según relata, cambió su vida: en 2016, en las últimas semanas de su embarazo, le comunicaron que el bebé ya no tenía latido. A partir de ahí empezó un periodo de búsqueda y reconstrucción en el que la alimentación tomó un papel central.
Poco después, cuenta que su cuerpo comenzó a endurecerse y perder movilidad: no podía vestirse con normalidad ni agacharse, y al principio atribuyeron esos signos al estrés. En julio le diagnosticaron síndrome de Raynaud y en octubre llegaron dos etiquetas complejas: esclerodermia sistémica difusa y polimiositis, patologías autoinmunes que afectaban piel y músculo.
Ante ese panorama, decidió apostar por «sanar desde el intestino». Eliminó gluten, lácteos, azúcar refinada, maíz, soja, conservantes y aditivos, optando por harina de arroz integral. Afirma que en cuestión de días notó más energía y pasos de mejora en su día a día, mientras seguía los tratamientos pautados y profundizaba en la meditación y el trabajo interior, con apoyo de su entorno.
En ese proceso, explica que llegó a combinar hasta 21 fármacos y preparados diarios entre opciones convencionales y otras complementarias, y que el cuidado de la dieta fue inclinando la balanza a su favor. Con el tiempo, asegura haber logrado la remisión de la enfermedad y haber recuperado una vida activa.
Hoy se dedica a compartir su enfoque mediante programas y talleres de alimentación consciente, reúne más de 332.000 seguidores en Instagram, ha publicado tres libros —entre ellos, Alquimia de cuerpo y alma— y ha lanzado una línea de productos naturales. Según explica, su eje es acompañar la curación del intestino y promover hábitos sostenibles.
Su postura respecto a los lácteos es crítica con lo que considera productos ultraprocesados del supermercado: recuerda que suelen pasar por pasteurización, homogeneización y otros tratamientos que los alteran. Defiende que, de consumirse, se prioricen opciones de origen orgánico y advierte de la frecuente intolerancia a la caseína.
Sobre el azúcar, diferencia la fruta entera —con fibra, vitaminas y antioxidantes— del azúcar refinado. Este último, sostiene, puede debilitar transitoriamente ciertas funciones inmunitarias, asociarse a mayor inflamación, favorecer el envejecimiento precoz y generar dependencia, además de relacionarse con molestias como migrañas.
También subraya que no ve riesgos en retirar estos grupos si hay una alimentación consciente y completa, con sustituciones bien planificadas. Solo alerta ante el peligro de que cambios drásticos enmascaren trastornos de la conducta alimentaria, un terreno que, remarca, requiere atención específica.
En su filosofía, la clave pasa por «volver a lo natural»: priorizar el alimento real y dejar los suplementos para momentos puntuales. En su caso, los utilizó al principio, como una ayuda temporal, pero enfatiza la importancia de reconstruir desde la comida diaria, aunque el proceso sea más lento.
Con todo lo anterior, su mensaje combina experiencia propia, cambios dietéticos y una visión del intestino como centro de la salud. La aseveración de que el gluten perjudica a todo el mundo continúa generando comentarios a favor y en contra, mientras su propuesta invita a observar hábitos, revisar calidades y escuchar señales del cuerpo sin perder de vista un enfoque equilibrado.

