La temporada de virus respiratorios vuelve cada año con fuerza y, con ella, la misma duda: ¿cuándo hay que ir a Urgencias por gripe y cuándo basta con cuidarse en casa? En la práctica, la mayoría de los cuadros gripales se resuelven con reposo, hidratación y fármacos para los síntomas, pero ciertos signos deben ponernos en alerta, especialmente si perteneces a un grupo vulnerable o si la clínica no mejora.
En los últimos inviernos, distintos servicios de salud han advertido un incremento notable de visitas por procesos respiratorios, lo que ha llevado incluso a plantear medidas como la “autobaja” de corta duración para cuadros leves. Este contexto se entiende mejor al recordar que, en ambientes fríos y secos, la gripe se transmite con mayor facilidad, y que la circulación de ciertos subtipos —como influenza A— ha sido predominante en varias campañas recientes.
Qué es la gripe y por qué circula más en meses fríos
Aunque solemos meter en el mismo saco a catarros y gripes, no son lo mismo: la gripe está causada por el virus influenza y, en los últimos años, ha predominado el tipo A (con una fracción también relevante del tipo B). Dentro de influenza A, el subtipo pandémico A(H1N1)pdm09 ha tenido un peso significativo en diferentes temporadas, con una alta capacidad de contagio.
Una de las particularidades de influenza A es su facilidad para mutar. Estas variaciones en proteínas como la hemaglutinina (HA) y la neuraminidasa (NA) influyen en su agresividad y su capacidad para expandirse. De hecho, informes recientes han mostrado porcentajes muy altos de casos atribuibles a la variante A en algunas temporadas, algo coherente con su mayor “versatilidad” genética.
El clima también juega su papel. Diversos estudios han observado que la transmisión se favorece con temperaturas bajas (en torno a 5 ºC) y humedades relativas bajas (en torno al 20%). En esas condiciones, los virus mantienen mejor su estabilidad en gotas respiratorias y en superficies con las que interactuamos a diario. Además, los cambios bruscos de temperatura pueden reducir temporalmente la defensa local de las vías respiratorias, lo que facilita la infección.
En el plano epidemiológico, los sistemas de vigilancia españoles han descrito oscilaciones semanales de la incidencia en atención primaria y una dinámica estacional de la gripe, con picos que varían según la campaña. En algún periodo reciente se ha observado, por ejemplo, un síndrome gripal de baja intensidad epidémica, mientras que otras infecciones respiratorias (como COVID-19 o VRS en niños pequeños) seguían cursos distintos. Esto explica que haya semanas con aumento de consultas y, con ello, más presión sobre centros de salud y urgencias hospitalarias.
Conviene recordar un comunicado profesional previo —difundido en su momento desde Madrid por una sociedad médica nacional— que incidía en dos ideas clave: por un lado, más del 90% de las complicaciones por gripe son respiratorias (bronquitis, neumonía, etc.), y por otro, la mayoría de casos no precisan ingreso porque remiten en menos de una semana con tratamiento sintomático y reposo.

Síntomas habituales y duración: en qué se diferencia de resfriado y neumonía
La gripe suele arrancar de forma brusca, con mal cuerpo llamativo desde el principio. Lo más típico en adultos es presentar fiebre (no siempre), cefalea, dolores musculares y articulares, escalofríos, cansancio marcado, tos seca y molestias de garganta o congestión nasal. La intensidad es mayor en los primeros días y luego mejora de forma gradual en una o dos semanas; la tos puede alargarse algo más.
¿Y el resfriado? En general, los catarros cursan con rinorrea, estornudos, dolor de garganta leve y, a veces, febrícula, pero su impacto sobre el estado general es menor. En el resfriado, el cuerpo “no se cae” tanto como con la gripe y los síntomas suelen ser más leves y de menor duración.
La neumonía, por su parte, puede debutar tras un cuadro gripal o de forma directa y se asocia con fiebre más alta y difícil de controlar, sensación de falta de aire —incluso en reposo—, dolor torácico al toser y empeoramiento del estado general. Estos datos, si aparecen, ameritan valoración médica, porque pueden requerir pruebas y tratamiento específicos.
En niños, además de los síntomas previos, no es raro que aparezcan vómitos o diarreas. Conviene vigilar la hidratación y la respiración, sobre todo en los más pequeños. Si observas respiración muy rápida, hundimiento de costillas o labios azulados, hay que actuar y consultar con rapidez.
- Adultos (síntomas frecuentes): fiebre, tos seca, dolor de cabeza, dolores musculares, escalofríos, cansancio intenso, congestión y dolor de garganta.
- Niños: lo anterior, con mayor probabilidad de vómitos y diarrea; atención a signos de deshidratación (menos orina, boca seca, ausencia de lágrimas).
- Duración habitual: de 5 a 7 días para lo peor del cuadro; la tos puede persistir algunas semanas.
La pregunta recurrente “¿es la gripe A más grave?” no tiene una única respuesta. En general, influenza A se ha visto con más frecuencia por su mayor capacidad de mutación, y según variaciones en HA y NA, algunas cepas pueden comportarse con mayor virulencia. En términos prácticos, lo que más importa para el día a día es identificar los signos de alarma y la presencia de factores de riesgo personales.

Cuándo ir al centro de salud y cuándo a Urgencias
La regla de oro es clara: si el cuadro es leve y va a mejor, se maneja en casa con reposo, hidratación y fármacos para la fiebre o el dolor. Pero hay situaciones que cambian el escenario y requieren evaluación presencial en tu centro de salud o incluso en Urgencias hospitalarias.
Un enfoque útil es el de tres niveles: 1) autocuidado responsable en casa si los síntomas son moderados y sin factores de riesgo; 2) consulta más temprana en centro de salud para población vulnerable; 3) asistencia inmediata cuando aparecen signos de gravedad. Este escalado ayuda a evitar saturaciones y a priorizar los casos que realmente lo necesitan.
Debes acudir a tu centro de salud si no perteneces a un grupo de riesgo pero presentas fiebre mantenida más de 48-72 horas que no cede pese a antitérmicos, tos muy persistente, o si notas que empeoras en lugar de mejorar. Las personas con enfermedades crónicas o condiciones de riesgo (cardiopatías, EPOC y asma, diabetes, inmunosupresión, embarazo, obesidad severa, tratamientos con aspirina prolongada en menores de 20 años, etc.) deberían consultar antes, aunque los síntomas sean moderados. En fines de semana o festivos, si no hay urgencias de atención primaria disponibles, podría justificarse valorar Urgencias hospitalarias.
Acude directamente a Urgencias si detectas cualquiera de estos signos de alarma en adultos:
- Dificultad para respirar, sensación de ahogo o respiración entrecortada.
- Dolor u opresión en el pecho o en el abdomen.
- Mareos persistentes, confusión o somnolencia anormal.
- Convulsiones.
- Fiebre alta que no desciende tras varios días de tratamiento o fiebre que mejora y vuelve a subir.
- Vómitos o diarreas intensos que impiden hidratarse, con signos de deshidratación.
- Agravamiento de enfermedades crónicas respiratorias o cardíacas. Si dispones de pulsioxímetro y la saturación baja claramente (por ejemplo, hacia el 90%), no demores la valoración.
En población pediátrica, busca atención urgente si se observa respiración muy rápida, hundimiento del pecho, ruidos respiratorios (sibilancias) con esfuerzo, labios o uñas azulados, dificultad para despertarse o estar alerta, convulsiones, deshidratación severa (sin lágrimas al llorar, orina escasa), fiebre alta que no cede o fiebre en menores de 3 meses aunque por lo demás aparenten estar bien.
Una mención aparte merecen las personas de alto riesgo: mayores, embarazadas, inmunodeprimidos, cardiopatías, enfermedades respiratorias crónicas, metabólicas, renales, hepáticas o hematológicas, así como quienes presentan obesidad importante. En estos grupos, las complicaciones como neumonía, bronquitis o sobreinfecciones bacterianas son más probables, y conviene realizar un seguimiento más estrecho.
En campañas de alta presión asistencial, las autoridades han sugerido mecanismos como la “autobaja” de pocos días para procesos leves que no requieren visita médica, fomentando el autocuidado responsable y la consulta al farmacéutico cuando procede. El objetivo es reservar la atención presencial para quienes realmente lo precisan y aligerar agendas en primaria y Urgencias.
Tratamiento sintomático y autocuidados efectivos
La gripe no tiene un tratamiento “que la cure” de forma directa en personas sanas, pero sí podemos aliviar el malestar y acelerar la recuperación. La tríada infalible es reposo, buena hidratación y medicación sintomática. En casa, prioriza el descanso, bebe agua, caldos o infusiones con frecuencia y evita esfuerzos innecesarios.
Para controlar fiebre y dolor se usan analgésicos/antitérmicos de uso habitual. Existen combinaciones antigripales que asocian paracetamol (fiebre/dolor), clorfenamina (secreción nasal/estornudos) y dextrometorfano (tos irritativa). Consulta a tu farmacéutico si tienes dudas sobre qué tomar, especialmente si ya tomas otros medicamentos o tienes patologías crónicas.
La congestión nasal puede mejorar con soluciones salinas o sprays nasales específicos, y a muchas personas les ayuda ventilar bien la casa, mantener una temperatura confortable y humidificar ambientes muy secos. No olvides las pautas de higiene respiratoria: cubrirse al toser/estornudar (preferiblemente con la flexura del codo), lavado de manos frecuente, usar mascarilla si convives con personas vulnerables y evitar acudir al trabajo con fiebre o malestar intenso.
Un punto importante: los antibióticos no son útiles frente a virus y su uso indebido entorpece la recuperación y favorece resistencias bacterianas. Solo se emplean si el médico sospecha una sobreinfección (otitis, sinusitis, neumonía bacteriana, etc.).
En personas con alto riesgo de complicaciones o en cuadros graves, el profesional puede valorar antivirales como oseltamivir, baloxavir, zanamivir o peramivir. Estos fármacos, si se inician pronto, pueden acortar la evolución aproximadamente un día y reducir el riesgo de complicaciones; serán tu equipo médico quien decida su indicación.
Las sociedades científicas de medicina de familia insisten en reglas sencillas para el día a día: hidrátate bien, ventila espacios interiores, controla la temperatura corporal y utiliza antitérmicos cuando sea preciso, permanece en casa mientras tengas fiebre alta y usa mascarilla en entornos sanitarios o si convives con personas de riesgo. Si la fiebre no baja, aparece fatiga importante o tus síntomas no mejoran tras varios días, contacta con tu centro de salud.
Prevención, aislamiento y vacunas: lo que de verdad marca la diferencia
La prevención comienza por evitar contagios: reduce el contacto cercano con personas enfermas, lávate las manos con regularidad, no te toques ojos, nariz o boca sin higiene previa y desinfecta superficies de uso compartido. En los primeros días de síntomas, lo responsable es quedarse en casa y minimizar exposiciones al resto de convivientes y compañeros.
En pacientes con sospecha de gripe que requieren ingreso por insuficiencia respiratoria u otros motivos, se instauran medidas de aislamiento para cortar la transmisión mientras se confirma el diagnóstico y se inician estrategias de soporte respiratorio o farmacológico. Estas medidas protegen tanto al paciente como a su entorno y son estándar en ámbitos hospitalarios.
La vacunación es, con diferencia, la herramienta preventiva más eficaz que tenemos hoy. En campañas previas se ha observado que la vacuna fue capaz de evitar una parte relevante de casos leves, además de reducir hospitalizaciones, ingresos en UCI y fallecimientos atribuidos a gripe en el ámbito hospitalario. en cifras aproximadas de una temporada reciente, se estimó una reducción de alrededor del 20% de los casos leves en mayores de 65 años, un 11% de hospitalizaciones, un 35-40% de entradas en UCI y un 38% de defunciones atribuibles.
¿Quién debería vacunarse? Además de las personas mayores y quienes presentan patologías que incrementan el riesgo (cardiovasculares, respiratorias, metabólicas, inmunológicas…), se recomienda la vacunación infantil a partir de los 6 meses y, en España, la comunidad pediátrica promueve ampliar coberturas por el beneficio añadido en salud pública. Si tienes dudas, consulta con tu profesional sanitario.
Otro aprendizaje de los últimos años es que, al reducir la circulación de virus respiratorios por las medidas anti-COVID, se perdió parte de la inmunidad colectiva “de refuerzo” que nos daban las exposiciones anuales a gripe. Esa menor “memoria comunitaria” podría explicar temporadas con mayor impacto y mayor percepción de gravedad, especialmente si baja la cobertura vacunal o si hay circulación paralela de otros virus.
¿Hace falta saber si es gripe, COVID o VRS? Si no eres de riesgo y vas a permanecer en casa, no siempre es imprescindible. No obstante, los test de antígenos combinados disponibles en farmacia ayudan a identificar el patógeno cuando puede cambiar la conducta (por ejemplo, si vas a ver a un familiar vulnerable o si precisas acudir a tu trabajo de forma presencial).
Si te quedas con una idea: los cuadros gripales leves se manejan en domicilio con pautas claras, pero hay señales que no deben pasarse por alto. Disnea, confusión, fiebre que no cede, deshidratación o empeoramiento de enfermedades crónicas son motivo de consulta urgente. Y en niños pequeños, cualquier signo de dificultad respiratoria, coloración azulada, convulsiones o fiebre en menores de tres meses exige valoración sin demora.
Con una dosis de sentido común, apoyo del farmacéutico para el manejo sintomático y la guía de atención primaria cuando toque, lo habitual es que la gripe se resuelva sin complicaciones. Prioriza la vacunación si perteneces a colectivos de riesgo, cuida las medidas de higiene y ventila los espacios. Y si notas “algo más” de lo esperable —sobre todo falta de aire, confusión o fiebre persistente—, no lo dejes para mañana: Urgencias está para eso.
